sábado, 22 de febrero de 2014

Guarda las Alegrias






Cuando conseguís encontrarte bien, la cuestión está, evidentemente, en conseguir que perdure este estado. En realidad, cuando has vivido un momento de armonía, de plenitud, es como si hubieras impreso algo: permanece en vos, imborrable. Entonces te preguntas, ¿por qué no perdura esta sensación? ¿Por qué al instante siguiente me siento inquieto, desalentado?.
Porque la vida es un perpetuo desfile y los instantes se suceden, presentándonos sin cesar nuevas impresiones ,nuevos acontecimientos, y como no has estado demasiado atento, no has sabido quedarte con las mismas impresiones, te has dejado llevar por otras ideas, otros sentimientos, otras actividades, con lo cual has perdido tu paz, tu alegría. Pero debes saber que las huellas de lo que has vivido han quedado en alguna parte de ti, ordenadas como discos o bandas magnéticas en tu discoteca.
El día que recuerdes que has tenido una voz magnífica que entonaba músicas celestiales, podes sacar ese disco, meterlo en tu aparato interior, y de nuevo te sentirás cautivado, prendido por el encanto: porque revivirás lo mejor de ti. Tienes que pensar en hacerlo... Tienes que pensar en volver a escuchar estas grabaciones divinas.

Ciertamente, en la vida, nos sentimos a menudo confusos, acosados, pero creanme, podemos, a pesar de todo, restablecer, mantener y salvaguardar estos estados de conciencia superiores. Tienes simplemente que acostumbrarte a vivir vigilante, con una atención constante hacia el mundo divino, pensando desde la mañana en hacer todos los movimientos propios de la vida cotidiana de forma que tus pensamientos vayan dirigidos hacia el Cielo.
Si te acostumbras a mantener esta actitud durante todo el día, verás que nada conseguirá hacerte vacilar durante mucho tiempo. Naturalmente, algunos acontecimientos pueden trastornarte, no lo niego; una mala noticia, una enfermedad, un accidente. Pero si te has acostumbrado a mantener en ti estados elevados, superarás esas molestias mucho más deprisa, porque habrás comprendido que no es a la materia, sino al espíritu, a quién Dios ha dado la omnipotencia.
Guarda pues, preciosamente, y tanto tiempo como sea posible, todo lo divino que has experimentado, pues cada momento que has vivido es eterno, podes volverlo a encontrar, está grabado en ti , nadie puede quitártelo.

Omraam M. Aivanhov

jueves, 6 de febrero de 2014

Meditar

Amiga, amigo: quiero invitarte a meditar. Tal vez te suene a orientalismo barato o a moda superficial o a fraude espiritual cuando no económico. De todo hay, y no poco, pero la meditación es otra cosa, y es algo vital. Te invito a practicarla cada día, pues todos los días necesitamos vivir y respirar.
Para vivir y respirar, nada mejor que estar plenamente allí donde estamos, justo en el medio, en el centro mismo de lo que somos, y medirlo todo en su justa medida. Eso es meditar, ni más ni menos, y sería la mejor medicina para nuestros peores males.
La misma palabra nos guía, como sucede casi siempre. "Meditar" viene de la antigua raíz indoeuropea med-, del que provienen el sánscrito madha ("sabiduría") y el griego médomai("conocer, pensar, meditar", pero también "cuidar, curar, poner remedio"), y el latín medium(centro, medio) y médicusmedicinaremedium, y el castellano medir.
Meditar es sumergirnos en el centro profundo de nuestro ser, que es el Corazón de todos los seres. Meditar es centrarnos más allá de nuestro ser separado, descentrarnos en el misterioso Medio y Fondo en el que todo es, en el que todos los seres vivimos, nos movemos y somos, y allí volver a hallarnos en paz. Y hallar así la medicina de mi ser, el remedio de las heridas abiertas por todas mis cerrazones. Eso es meditar. Y no importa la forma.
Meditar no es pensar, reflexionar, cavilar. Por cierto, no nos vendría nada mal dedicar cada día un rato a pensar y tener un criterio razonado sobre las imágenes, slogans y discursos que nos inundan, engañan y asfixian. Pero el pensamiento o la mente, que es uno de nuestros recursos más útiles, puede convertirse fácilmente en la trampa más peligrosa. Pues fácilmente sucede que la mente con sus pensamientos nos separa de nuestro medio, nuestro centro, nuestro ser profundo indemne, bueno y feliz. Y nos convence de que somos los recuerdos que nos hieren, los miedos que albergamos y los proyectos que concebimos y que acaban por agotarnos. Es bueno y necesario pensar, pero meditar no es eso. Los pensamientos pueden ayudarte a meditar, pero solo a condición de que te lleven más a Ser.
Meditar no es rezar, aunque una oración bella y sentida puede ayudarte a meditar, a entrar en la secreta y universal bienaventuranza de tu ser. ¿Qué otra cosa han hecho muchas gentes sencillas rezando el rosario u "oyendo" la misa, simplemente dejándose llevar más allá de las oraciones que recitaban o los sermones que escuchaban? La oración más devota, el sermón más brillante o la idea más sublime acerca de "Dios" pueden alejarte de Dios, impedirte ser en Dios o ser Dios, bondad indemne, feliz y creadora, que ES lo que ERES. Puedes ser Lo que Eres. Eso es meditar.
Meditar es entrar en el silencio, que es mucho más que callar. Entrar en el silencio que es la vibración universal, el Espíritu creador, la quietud activa, la paz profunda que todo lo habita y mueve. Meditar es adentrarse, como Elías en el Horeb, en la brisa suave que es la Presencia de Dios en todas las cosas.
Meditar es calmar y acallar la mente. Es mucho más que sentarse, quedar quietos y callar, pero es muy bueno sentarse, quedarse quieto y callar. Y liberarte de las ideas que te torturan, de tus angustias, miedos y rencores. Y, libre de tus pensamientos, desapegado de tu ego, simplemente atender, recoger toda tu atención en la misteriosa Presencia Buena, el Presente que te envuelve y eres. Y mirarlo todo en su simplicidad primera, con mirada compasiva.
Para ejercitar la simple y pura atención, puedes fijarla en tu respiración, o en tu cuerpo, o en un mantra o una jaculatoria cualquiera, o en una imagen que te inspira.
Meditar así cada día es la mejor medicina, y tú mismo lo podrás comprobar, pero solo a condición de que no busques ningún resultado, ningún remedio. A condición de que te recojas humildemente, simplemente, como un niño en brazos de su madre.
 
José Arregi